Estos novios de Internet tienen a Cannes (e Internet) en un frenesí

Una carcajada, una mirada cómplice… y el Festival de Cannes entra en una nueva mitología. No fueron los vestidos de alta costura ni las películas a concurso lo que incendió las redes en mayo de 2025. Sino un fenómeno inesperado: la aparición casi cinematográfica de cuatro actores que se han convertido en los «novios de Internet» por excelencia. Austin Butler, Pedro Pascal, Robert Pattinson y Harris Dickinson hicieron algo más que posar: encarnaron un sueño colectivo.

Cuando la virilidad se vuelve vulnerable (y viral)

¿Qué les fascina? Su química, palpable, casi guionizada. Se ríen, se rozan, se escuchan. En la Croisette o en cenas confidenciales, su cercanía natural rompe con el barniz ultramasterizado del glamour de Hollywood. Pedro Pascal, el «papá» cariñoso por excelencia, parece vigilar al grupo. Robert Pattinson, siempre a medio camino entre el sarcasmo y la ternura, es divertido sin esfuerzo. Austin Butler destila una dorada elegancia del Viejo Hollywood, mientras que Harris Dickinson seduce con una autenticidad casi salvaje.

Juntos, no sólo representan a una generación de actores, sino que encarnan una nueva masculinidad: sensible, expresiva, cómplice.

Culturales… y emocionales

El término «novio de Internet» no es sólo un cumplido. Refleja un profundo apego digital, una proyección íntima sobre figuras públicas percibidas como accesibles y tranquilizadoras. Estos hombres, cada uno a su manera, dicen algo sobre nosotros: nuestras expectativas emocionales, nuestros cuentos románticos, nuestra necesidad de iconos que sean a la vez poderosos y humanos.

En Cannes, este cuarteto transformó simples momentos robados en emotivos cortometrajes. Su presencia creó una narrativa paralela, alimentada por las redes sociales, los montajes de TikTok y los emotivos hashtags. Una narrativa que va más allá del cine.

Cuando Cannes se convierte en fan fiction viviente

Más que un zumbido, este encuentro se convirtió en una experiencia colectiva. Y en este mundo sobreexpuesto, su fugaz complicidad nos recordó algo precioso: la emoción espontánea no ha desaparecido. Todavía puede surgir, entre dos flashes, en el parpadeo de una mirada.

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